Créeme, que yo lo vi.

sábado, 3 de septiembre de 2011

Capítulo 2

Aceleré la velocidad para vestirme antes de que aquel individuo desconocido que se encontraba detrás de la puerta se fuera.
Con mi pijama ya puesto, corrí a abrirle.
No sé... me esperaba alguien diferente, algo por lo que asombrarme...y de repente abro y me encuentro a:
-¡¡¡Marta, Marta, abre!!! Tengo que contarte una cosa fantástica.- gritaba Amanda antes de que le dejara entrar.
Alcancé las llaves que estaban colgadas en la pared, y la dejé adentrarse. Yo siempre cerraba la puerta, quizá por miedo o por una simple manía.
Veloz como el viento, saltó sobre mi sofá, y dando seguidos golpes con la mano derecha me decía que me sentara.
-Anda cuenta.- le respondí yo a aquel gesto mientras me recogía el pelo con una pinza.
-Sabes que esta mañana te he estado comentando cosas de Raul, ¿no?
Pues a dado la casualidad de que vamos juntos al mismo gimnasio, y me he pasado toda la mañana hablando con él.
A fin de cuentas, hemos decidido quedar los cuatro mañana por la mañana, para darnos una vuelta por la ciudad, comer allí, ¡acercarnos más tarde a la feria!-pregonaba con gestos Amanda.
Esta vez si le hice caso, ya que era un tema que me involucraba.
Y en ese momento, mi ágil mente me dio una alegría: Raul no podía ser mi amor platónico, ya que él se encontraba por mi pueblo a mediados de la mañana.
A mi también me acogió la euforia en sus largos brazos y grite:-¡Genial, genial, todo va sobre ruedas!- Claramente no me refería a lo mismo que su contexto... pero sirvió para que ella también se alegrara de mi repentina aceptación a dicha cita.
-A todo esto, ¿has comido?
-Que va, tía, acabo de llegar de hacer la compra porque me han quitado el coche los de la grúa municipal... y he tenido que venir desde el super hasta mi casa arrastrando ese maldito carro- dije señalando la esquina del salón donde se encontraba.
-Bueno, al menos tienes la comida, ¿no es así?
-Si pero...
-Bueno, pues mientras tú llamas a dicha grúa para recuperar tu coche, yo voy haciendo la comida...
¿Qué quieres?Espaguetis.¿Espaguetis?Ah, ¿si?Vale, pues manos a la obra.- se respondía ella sola y para qué hacerle yo la contra, sí iba a pasar de mi.
Me acerqué hasta aproximarme al teléfono, lo descolgué y me fui al sillón, a recoger de la estantería más cercana a él, las páginas amarillas.
Busqué el número, lo encontré, llamé, dí mi matrícula, mi información, discutí, seguimos discutiendo, pusimos fecha y hora, volvimos a discutir y colgamos.
Para ese entonces, Amanda ya estaba echando la salsa de tomate por encima de nuestra comida.
Cuando me acerqué a la cocina, le pregunté:-¿por qué has hecho una tercera ración de espaguetis?
-Em... porque he llamado antes a Carlos para que se viniera...
Cuando estaba apunto de echarle la bronca, me interrumpieron, como ya de costumbre era, llamando a la puerta.
Y dio la maldita casualidad, que aquel visitante que venía a las 14:35, era el mismísimo Carlos.

Que sí, que eramos un grupo de tres mejores amigos, que la cagué...¡pero él la cagó más!
¿Y por qué tiene que invitarle a mi casa, para comer de mi comida sin mi permiso?
Pero que rabia más grande... ahora cómo actúo...
¿Me hago la dura o simplemente olvido esa pelea de la semana pasada?
-¡Pero quieres abrirle,Marta!- me gritó Amanda desde la cocina.
-Voy... voy.- respondí yo con mala ostia.
Mientras giraba el pomo de la puerta, Pol inició su rito de ladridos agobiantes que me destrozaba los oidos.


-Anda, Carlos...¿cómo tú por aquí?
-No hagas como si no lo supieras... Amanda me a obligado a venir porque sino lo decía a mi madre lo de los porros.
Pues ya podría habérselo dicho y nos hubiéramos librado de ti...
Pensé en decirle mi razonamiento, pero me lo guardé.
Le invité irónicamente a sentarse.
-Y yo me pregunto constantemente- decía Amanda mientras venia con dos platos de espaguetis y volvía a la cocina a por unas cervezas de lata- ¿por qué sois tan tontos de enfadaros por cosass así? Me parece una bestialidad que por una tontería de esa magnitud os estéis una semana sin hablaros.
-Pero es que a mi no me parece bien que se ponga a fumar porros... ya sabéis lo que pienso de eso.- salté yo a la defensiva, con voz acusante y enfadada.
-Pero es que yo puedo hacerlo que me de la gana, ya soy mayor de edad y...
-¡No te das cuenta del daño que puedes provocarle a tu familia!¡Y a ti mismo!
-¡Marta, pero es que no es que lo fume todos los días, sólo los fines de semana!
-¡¡Me sigue pareciendo ilógico!!Tú decías con 15 años que nunca fumarias...nos lo prometiste a Amanda y a mi.
-Son momentos distintos, personas distintas, hemos crecido Marta...
Aparte, es mi vida.
-¡¡¡Pero es que en tu vida también estamos nosotras!!!-dije descarrandome la garganta.
-¡¡¡Basta de tanto griterio!!! Aquí, o se hablan las cosas bien, o no se hablan- nos interrumpió poniendo orden Amada.
Los dos nos achantábamos.Sabíamos que tenia razón y tuvimos que hacerle caso.
-Bueno pues... a menos que te dejes las tonterías de niño adolescente mal criado, no pienso dirigirte la palabra.- y seguí comiendo mi plato.
Así avanzó la mañana, entre incómodas miradas delatantes y suspiros desesperantes de Amanda.
La verdad es que parecemos auténticos niños pequeños... pero es que yo me preocupo por él... no quiero que se meta en las drogas, aunque...simplemente sea una tontería que hace todo el mundo...
No sé, sigo oponiendome a esa idea de fumarlos.
Cogí mi lata, y metí a un trago.
Cuando la dejé, le miré con cara de ''no me jodas más, por favor'', y él inició otra vez una conversación.
-Bueno, a todo esto... olvidandonos de nuestras diferencias mentales, ¿qué tal él día?
-Genial.
-Fatal.
Respondimos seguidamente Amanda y yo.
-Pues yo he quedado con el chico del que te hablé antes de ayer en las fiestas, ese que te presenté, y que era alto... vamos a comer mañana a la ciudad, iremos a la feria y tal.
Marta también se viene, con su hermano.
-¡Pues genial! ¿No, Marta?
-Si bueno...-respondí yo con una cara torcida.
-¿Y qué te pasa a ti?
-Pues... que esta mañana, cuando he ido a por mi coche, ya no estaba.
-¿Cómo?¿Te lo han robado?
-Si, los de la grúa municipal... ya los he llamado y tal, pero me tendréis que acercar vosotros a recogerlo.
Carlos asintió con la cabeza mientras comía, y Amanda seguía asumida en la pantalla del televisor.
La tarde desapareció entre película y película, con palomitas de complemento y unas coca-colas...con ron.
Y entre risas acogimos a la noche.
Pol estaba alegre porque le encantaba estar con Carlos, él le mimaba y le achuchaba siempre que podía.
Nosotras dos, de mientras, decíamos estupideces y bailábamos con la música del cd.
Ya habíamos perdido la esencia del tiempo, y del juicio.
En ese momento, Amanda apagó la música y se fue corriendo, mientras decía cuando salia por la puerta:
-Tengo que irme, ¡había quedado a las 22!
Sin más que decir, cogió la puerta y se fue.

Y allí nos quedamos Carlos y yo, borrachos como cubas, en el silencio que se había formado al apagar la música.
El se levantó del sofá, dejando a Pol en una lado, y encendió de nuevo el radiocaset.
Yo salí corriendo a mi habitación por un espasmo repentino que me dio.
Sin lógica alguna, ya que el alcohol me la había robado, pensaba:
¡Calcetines, calcetines!Necesito unos calcetines...no puedo tener los pies por la noche al descubierto.
Abría todos los cajones como si el diablo estuviera dentro de mi.
Histérica perdida, revolvía la ropa que había en ellos.
En ese entonces, y tranquilizándome, apareció Carlos.
Se apoyó en el quicio de la puerta, y me preguntó:
-¿Qué te pasa, Marta?
-Yo... es que... necesito unos calcetines...
Se acercó a mi cómoda blanca, y sacó de ella unos calcetines de color azul.
Se sentó a mi lado, muy cerca.Me acarició la cara con sus sedosas manos.
Lentamente me dio un beso en la mejilla, y fue subiendo hasta la comisura de mis labios.
En ese momento, me perdí.
Nada más que me despertó la luz que se había filtrado desde la ventana, e intentando recordar la noche anterior, miré a mi alrededor, esperando encontrarme a Carlos.
Sólo vi mis calcetines azules puestos en mis pies.Moví los dedos de estos.
Me incorporé, y asomándome desde mi habitación, pude ver unas piernas en mi sofá.
Sigilosamente me aproximé hasta ellas.
Me dolía fuertemente la cabeza, y tenía una sed angustiosa... y eso, me quitaba puntos para poder concentrarme.
Tragué saliva costosamente antes de mirar su rostro.
Cuando me asomé, vi que efectivamente, era Carlos, pero no estaba solo.
También estaba Amanda.
Cerré fuerte los ojos, intentando recordar el momento en el que ella salió pro la puerta, pero se veía tan distorsionado, que no sabia si claramente era ella.
Me pregunté si de verdad había pasado algo con mi mejor amigo... esa idea me estremecía y me daban escalofríos.
Pero...¿cómo podía saber la verdad?

Dejé de hacerme preguntas, aunque la cabeza me gritaba y me pidiera el saber.
Fui a la cocina, abrí la nevera, y cogí una de esas botellas de agua que ya había comprado el día anterior, y que se mantenía bastante fría.La acompañé de un ibuprofeno para contrarrestar el dolor de cabeza.
También me apoderé de la leche, y al darme la vuelta, estaba él, cogiendo el café de la estantería.
No dudé en preguntarselo.
-Carlos, ayer... ¿pasó algo?
Arcó una ceja, cogió oxígeno para responderme, y en ese momento, apareció Amanda diciendo:
-¿Dónde está mi precioso café con galletas?
Tenía una amplia sonrisa dibujada en aquella cara con sueño, y por no robársela, le seguí el juego.

Maniobramos en aquella estrecha cocina para preparar nuestro desayuno los tres.
Una vez listo, lo llevamos en bandejas hasta la mesita del salón, donde comimos el día anterior.
Ella inició una conversación nueva, o no tan nueva.
-Recuerda que hoy hemos quedado con Raul y su hermano... tenemos que salir de aquí a las 12.
-Son las 10:45... si tenemos que ducharnos, hagámoslo ya.
-Terminamos de desayunar, y vamos.
De mientras, Carlos hacía zaping por aquellos canales mañaneros.

Mi galleta oscurecía al meterla en el café con leche, del cual salía un leve humo.
Tenía bastante hambre, ya que la noche anterior sólo cenamos esas palomitas.
Suponía que ellos también, así que me levanté a por otro paquete más.

Y desde la cocina, oí sus cuchicheos... pero no me comió la curiosidad, o eso pensaba antes de acercarme al filo de la cocina.

-Pero...¿tú sabes por qué está así?
-No tengo ni idea... a lo mejor deberíamos comentárselo.-musitó Carlos.

-Decirme el qué.
-Pues...-dijo Amanda- que... anoche llamó tu padre diciendo que tu madre había enfermado.
Me paralicé y fui corriendo a por mi móvil.
Tenia 5 llamadas de ellos, y rápidamente marqué su número.
-Papá... papá, ¿qué a pasado?-dije alterada.
-Cariño, no te preocupes... tú madre a sufrido un constipado veraniego, y ya sabes, sus defensas no son tan jóvenes como eran antes.Pero ya está mejor, está en el hospital.
-¿Que...está en el...hospital?
-Si, pero está casi perfecta, se pasa el día hablando con las enfermeras y viendo la tele.
-Esta misma tarde voy a verla.
-No cariño, se pondrá nerviosa, ya sabes que a ella no le gusta que la veas en esas condiciones...
-Ya pero...
-Tranquila, yo me encargo de todo, confía en mi.
Suspiré, y me despedí de él.
Seguidamente los miré con mala cara, cogí mi disgusto, y marché a la ducha.

Más tarde razoné y me di cuenta de que ellos no tenían culpa alguna.
Claramente, les pedí perdón.

Mientras Amanda se duchaba y elegía ropa de mi armario para mi y para ella, decidí hablar con él.
-Carlos...-¿anoche nos liamos?-¿anoche sucedió algo más extraño de lo común?

-¿Pero de qué estás hablando? Ya me lo has preguntado esta mañana, y no.

Puse cara de lela, y fue sin querer. Él se rió de mi, y siguió con su programa.

Pero si no pasó nada...¿cómo he podido vivir todo eso?
Supongo que habrá sido la mezcla de alcohol y sueño.
No estoy acostumbrada a ello...

-¡Marta, ven!- gritó ella desde mi habitación.
Al llegar, me la encontré en la mano derecha con un vestido gris que tenía bolsillos y al lado de sus pies, unas mustang marrón clarito, y en la izquierda un mono de color negro.

-Oye que yo...

-Elige.

-No es que... yo ya tenía la ropa pensada-mentí.

Me acerqué al armario y saqué de él mis zapatillas verdes, unos pantalones cortos de color negro y una camiseta ancha de color gris.

-¿De verdad te vas a poner eso?

-Mmmmm... yo creo que si.

-Anda pues póntelo, yo me pondré el vestido.

Nos vestimos, peinamos, maquillamos... y de mientras, Carlos en el salón, casi sin vida por culpa del televisor.

Al cabo de media hora, ya estábamos fuera de mi casa, todos preparados para nuestras respectivas aventuras.
Tome de mi bolso las llaves de mi casa, y cerré con pestillo.
Me iba a pasar todo el día fuera, así que tenia que dejar aquel lugar bien cerrado, para que a mi pequeño Pol no le pasara nada.
Y nada más girarme, unos gritos desgarradores provenientes de la casa de enfrente captaron nuestra atención.

-Creo que deberíamos llamar...-declaró Carlos, mostrando así su poderosa y no tan verdadera valentía.
Nos miramos Amanda y yo, y me aproximé a la puerta.
No quise dudar, porque sino no lo haría... así que, alcé el brazo con el puño cerrado, y di tres toques en la puerta.
Nos quedamos pausados, mirando atentamente al frente.
Pasaron dos minutos que fueron eternos, y nos volvimos a mirar.
Sus caras me decían ''abre'', pero mi mente me mencionaba ''ni de coña''.
Si, efectivamente tuve que hacerles caso...por culpa de la mayoría.

Giré el pomo de aquella puerta blanca, y apliqué mi fuerza contra ella.
Mi primera imagen fue la de aquella mujer arrodillada en el suelo con una gran mancha en la moqueta.
Mi cuerpo se puso alerta, el corazón me palpitaba a gran velocidad hasta el punto de dejarme sin aliento.
Esto no duró casi nada, sólo hasta el punto en el que me percaté de que aquella mancha era tan sólo café.
Su mirada se incoó en mi como una bala de perdigones, y aquella pulsación ya disminuida del susto anterior, decidió pararse.

-Estás pisando mi limpio suelo....-articuló con sus labios arrugados-¡Fuera!
Rápidamente cerré de un portazo, y me giré para mirarles.

-Vamonos, por Dios...-dijo Amanda con cara de extrañada.

Los dos le hicimos caso.Atrapamos nuestro chocante momento y nos retiramos de el lugar del crimen.
Cuando íbamos por la planta baja, Carlos, para caldear el ambiente pregonó con voz misteriosa y con las manos juntas como sujetando un micro:
-El asesinato del café maldito...representada por la loca vecina de Marta.
Amanda le pegó un leve capón, yo simplemente le miré y me reí de su escaso fuste.

-Recordar que mañana tenemos que pasar a por mi coche.

-Si, si, tú tranquila que nosotros te llevamos, pero tu pagas la multa.-dijo Carlos entre sonrisas mientras nos abría la puerta hacía la calle.

Una vez fuera, Carlos tiró por la derecha y nosotras fuimos al coche de Amanda.

-¿Estás lista para pasar una tarde fantástica?- me cuestionó ella con entusiasmo.

-Si...bueno.-respondí yo indecisa.

Arrancó el coche, y sin saber por qué, eché una mirada a mi ventana.
Algo me decía que mi pequeño Pol estaría asomado detrás del cristal.
Me despedí de él con una sonrisa que no estaba muy segura si la vería.

Amanda sacó de su bolso un pintalabios rojo, y me lo ofreció para que me pintara.
Con ímpetu perfilaba cada detalle de mis labios, poco a poco, detalle a detalle.
En ese instante, frenó del golpe, y todo mi esfuerzo se desperdigó por la cara.
Le miré con cara de indignada y dijo:
-Ups, lo siento- mientras se reía por lo bajini.
Capturé un pañuelo de la guantera del coche, y perfeccione mi desastre.

Una vez rondando por la ciudad, nos dirigimos al restaurante Sopars Amb Estrelles.
La verdad es que tendría que haberme cogido el mono arreglado que me ofreció ella...
Aquel lugar era... demasiado pijo.

Manteles blancos, cortinas de punto, jarrón en cada mesa, velas, demasiada cubertería, esmóquines, música de piano, camareros de pajarita, brindis...yo con zapatillas.
Que desastre, a saber qué piensan de mi.

Yo perseguí a Amanda, que iba directa sin dudar a la mesa 4.
Allí se encontraba Raul, aquel chico alto, moreno, de tez blanquecina con ojos claros, y a su izquierda, sentado y trajeado, a su hermano, de nombre desconocido.
Era alto, un poco más que su hermano, moreno y con la piel oscura.
Parecía de esa clase de chicos que cuando van por la calle te percatas de su presencia.
Pero yo no era la clase de chicas que cuando van por la calle se fijan en cualquiera.

Se levantaron como caballeros de sus respectivas sillas, y se acercaron.

-Hola, yo soy Raul- me dijo mientras me daba dos besos- y este es mi hermano Sergio.
Se acercó a mi, y mirándome de arriba a abajo, decidió darme dos besos también.
Hizo lo mismo con Amanda.

Parece un poco prepotente...y antipático.
Subidito de tono también.
Egocéntrico... antisocial, desagradable...
Bueno, bueno, he de frenar... no le conozco.

Nos sentamos enfrente suya, cada uno de su respectiva pareja.
La velas quedaban en el centro, junto al pequeño jarrón de cristal con flores rojas.

Malditas citas a ciegas...

-Perdonen, ¿qué quieren beber?

Hablamos, hablamos y comimos.
Entre conversaciones, Sergio me miraba por el rabillo del ojo, intentando ser disimulado, con malos resultados, por supuesto.

-Bueno chicos, ya viene el postre...después de esto, ¿qué tenéis planeado hacer?- cuestionó Raul.
Yo aparté la mirada de su cara, para que la pregunta no fuera dirigida a mi.
















jueves, 1 de septiembre de 2011

Capítulo 1


La misma mañana que esperaba, llegó.
Me desperté en ella por culpa de Amanda, que como había dicho la noche anterior, me llamaría.
Se me había olvidado completamente.

-¡Marta, Marta... anoche sucedió algo!- dijo entusiasmada, como si la euforia hablara por ella.

-Pues, cuenta anda, que tengo tiempo mientras me hago el desayuno.

-No, no te hagas nada, ven conmigo a tomarte un café al L'ópera...

-¿Y qué hago con Pol? Está deseando que le saque a pasear.-decía yo mientras él me veía salir de la puerta de mi habitación y se acercaba a toda velocidad hacía mi.

-Pues, tráete a esa bolita blanca para acá.

-No sé si le dejarán entrar, pero de todas formas, me lo llevaré.

-Bueno, nos vemos ahora, Marta.

-Venga, vale, hasta luego.- y colgué.

Acto seguido cogí en brazos a aquel bebé peludo de raza pomerania.
Me intentaba lamer la cara, y como un juego, yo le esquivaba.
Tan sólo llevaba 2 años con él, desde los 17, pero el cariño que había llegado a cogerle era inconfundible.
Me acerqué a su mini platito, y vi que estaba vacío.Le dejé cuidadosamente en el suelo, y con las manos, cogí un puñado de bolitas de pienso, y se lo deposité en él.

Ahora, mientras él come, yo me visto y nos vamos.
Y eso hice.
En el armario había una camisa, bueno, una y media, cuatro pantalones largos, cinco cortos, y una infinidad de camisetas.
Entre todo ello, escogí lo más sencillo: unos pitillos oscuros, una camiseta blanca y mis zapas verdes, sin calcetines.
Al terminar mi simple diseño, fui al aseo a peinarme y arreglarme un poco.
Nada más llegar, me paralicé. No sabía de donde habían salido esos tres arañazos de mi pómulo... habría sido de los nervios de la noche.
Para no darle explicaciones a Amanda, decidí echarme maquillaje encima de ellos.
Con el lápiz de ojos me pinté la ralla de abajo y me eché un poco de sombra encima.
Me peiné un poco, y me percaté de que el pelo había cogido al forma de la noche, así que decidí hacerme una coleta informal.

Acercándome al salón dije en un tono un poco elevado:
-Vamos Pol, vamos.
Corriendo vino desde la cocina; él bien sabía que le tocaba salir.
Le puse el collar rojo de cuero por el cuello, y enganché la correa a este.
Saltaba y saltaba como muestra de alegría.Estaba tan adorable.

El bolso, las llaves, mi bebé y...¿falta algo?
No... creo que no.

Abrí la puerta y la brisa que se adentraba desde la ventana del fondo del pasillo, vino hasta mi una de esas mariposas de color marrón y naranja.
Parecía que iba sin rumbo, y daba vueltas cerca mía.
Tomo la decisión de posarse en el pomo de la puerta de la vecina de enfrente.
Su suave movimiento me atrajo hasta ella lentamente, y cuando iba a acariciar una de sus delicadas alas, una señora, desde dentro de la casa, abrió la puerta, y esta, salió volando, dirección a la ventana por donde había llegado.
Me incorporé hasta mirarla a la cara.
Llevaba unos rulos puestos en la cabeza, un vestido extremadamente feo, un paño en la mano derecha y un sprait en la mano izquierda que ponía: 'mata insectos''.
Me miró fijamente, y sus ojos penetrantes me volvieron a bloquear como minutos antes delante del espejo.
-Buenos días, chica.
-Bu...buenos días.
Sin más que decir, se giró 90º, echó el sprait en el pomo y lo limpió con la mano derecha.
En ese momento, me dio tiempo a mirar dentro de su hogar, como tal cotilla que soy.
No había ni un error; se olía a auténtico bosque de pinos.Un buen ambientador, yo también lo usaba en casa de mi madre.
El ladrido de mi perro me despertó de aquella empanada mental, y me hizo asustarme.
Ella lo miró con cara de asesina, por ese motivo me achanté con él, y decidí irme al ascensor.
Tenía que tirar un poco de Pol, ya que se quedaba atrás ladrándole.

-Venga Pol, cállate.

Una vez dentro de aquel ascensor de color verdoso con luces de hospital, pulsé la tecla ''-1''.
Nos dirigíamos hacía el garaje, donde mi renault 9 nos esperaba aparcado cerca de las plazas para embarazadas.

Me paré enfrente de él, y rebusqué en mi bolso negro las llaves.
El monedero, el móvil, las llaves de la casa, una chaqueta, el pintalabios, la lista de la compra...
Estaba todo menos lo que necesitaba en ese momento.
Dejé a Pol atado en el retrovisor de mi coche, ya que sólo iba a ser un momento.

Corrí hacía el ascensor antes de que las puertas se cerraran, pero ya era tarde cuando llegué hasta él.
Recurrí a las escaleras.
Bajo...Primero...Segundo... buf.
Ya estaba reventada cuando llegué a mi tercera planta.
Estaba todo el silencio, o eso pensaba antes de percatarme de un llanto que provenía de la puerta de enfrente, donde momentos antes, un ataque de limpieza había invadido la cabeza de la mujer.
Me acerqué a mi casa sigilosamente, para no llamar su atención.
Pero el sonido de mis llaves acabó con su llanto.
Rápidamente me metí en mi casa, cogí las llaves del coche que se encontraban encima de la mesa y salí disparada de aquel lugar.
No quería dejar más tiempo sólo a mi bebé.
Conforme me iba alejando por las escaleras, el llanto de aquella mujer iba recobrando vida.

Pero qué...
-Muy buenas, Marta.- rompió mis pensamientos diciendo esas tres palabras.
Era la vecina del primero, mi compañera de escuela e instituto. Ella no vivía sola, estaba con dos compañeras más. Yo habría hecho lo mismo si el espacio me lo hubiera permitido... pero como no era mi caso...
-Hola, Alba.- dije acompañándolo con una falsa sonrisa.Y seguí avanzando.
Pol ya llevaba más de 10 minutos solo, y sentía una gran presión dentro de mi.
Planta baja y... allí está.
Mi pequeño seguía donde lo dejé, sano y salvo.

Con las llaves en la mano me puse delante de la puerta del copiloto, y adentré al renacuajo al coche.
Dí la vuelta por la parte de delante, pasé el dedo por el capó y me di cuenta de que aquel tono rojizo que tenía el coche hacía un mes, había sido sustituido por una capa de suciedad marrón.Pero no me daba tiempo, estaba segura de que Amanda ya había llegado al café L'ópera, y yo todavía seguía sin arrancar el coche.
Una vez dentro, dejé mi bolso al lado de Pol, e introduje las llaves.
Al principio siempre le costaba arrancar a aquella chatarra, pero no decían que a caballo regalado no le mires el diente... pues eso hice. Mi padre me lo dio con cariño, y al menos... algo es algo.
Salí de la oscuridad del garaje, pasando la tarjeta por el escaner.
La valla se levantó y pisé el acelerador.

Mmmm... hace un día bastante bonito, si, si.
Espero que no se estropee esta tarde.


Cuando llegué al café, estaba ella sentada en la cuarta mesa empezando por el final.
Ya tenía servido su bombón con hielo, he iba por la mitad de este.
Tenía en sus manos un periódico del día anterior, y su bolso estaba encima de la mesa.
Me acerqué a la dependienta con Pol entre los brazos y le pregunté:
-Perdone, podría meter a mi perro dentro.
-Mientras no sé defeque ni monte escándalo, claro que si, mujer.- Me respondió ella con una amplia sonrisa blanquecina en su cara.
Su coleta alta y repeinada me decía que era una chica joven con muchas responsabilidades y estrés, pero a pesar de eso, intentaba ser simpática con las personas ajenas a su vida.
Le hice caso y me senté en frente de Amanda, añadiendo:
-¡Cuenta, cuenta, cuenta!
-Anda, ¿y este entusiasmo por saberlo de donde proviene?
-Si te soy sincera, me a sentado bien ver que hoy hacía buen día.
-Bueno pues... ¿comienzo?
-Adelante, venga, que estoy impaciente.
-¿Tú te acuerdas de Raul? Aquel chico del campamento de verano que conocí hace tres años y tuvimos esa aventura de dos días...- asentí con la cabeza sin tener ni idea de quien me hablaba- Pues ayer por la noche, cuando tú te fuiste tan repentinamente de las fiestas, apareció él con su hermano Andrés. Yo me pregunté por qué estaban en las fiestas de nuestro desamparado pueblo... y al final de la noche me enteré del motivo.
Es que sus abuelos están viviendo a las afueras, y decidieron darse una vuelta por aquí.
Y sí tía, estuve hablando con ellos, se quedaron al menos hasta las cuatro. Los integré un poco en el grupo... y me dijeron que la semana que viene, más concretamente el fin de semana, volverían a aparecer para echarse un bingo o algo semejante.Estaba super bonico Raul con esa camiseta...
Y entonces, perdí el hilo de la conversación. Ella sola se estaba liando con su historia... demasiados detalles para lo poco que quería enterarme yo...
Ahora, cuando termine de hablar y siga asintiendo con la cabeza, le preguntaré cómo es físicamente, porque no tengo ni idea de quién me esta hablando.
-Perdone,- le interrumpió, gracias a Dios, la camarera de antes-¿desea tomar algo?
Se dirigía a mi, y asentí también con la cabeza.
-Un bombón.
-¿Con hielo o sin hielo?
-Sin.
-¿Pero estás loca? ¿con el calor que hace te lo vas a tomar sin hielo? Pongaselo con hielo, por favor.-me contradijo Amanda.
-De acuerdo.- respondió la camarera con la misma sonrisa con la que había acogido a Pol.

Aproveché el momento de la pausa para ir directa al grano.
-Y...¿cómo es ese tal Raul?
-Pues...alto, moreno, delgado, con la piel un tanto pálida...ojos azules grisaceos...
No...no podía ser verdad, le estaba describiendo... era exactamente como... como... mi él.
Y si... no, espero que no...
-Ostras, entonces tiene que ser super atractivo...
-Lo es... pero no me lo robes, ¿eh?, Marta.- dijo riendose.
Yo también reí y negué muchas veces.Aunque interiormente no me hacía ninguna gracia pensar que podía llegar a ser él.

Llegó la camarera junto al café con hielo, y lo depositó en frente mía.
Con las mismas, se retiró.
Y mientras Amanda volvía a retomar las riendas de la conversación ya pasada, yo abría el paquete de la leche condensada, y lo vertía dentro del vasito.
Lo exprimía mientras seguía sin hacerle caso, asintiendo como antes a todo lo que ella preguntaba.
Pero... y sí es él.. ¿qué haría?
Se lo cuento... buf, estoy tan indecisa...
Quizá si le digo de quedar con él, y todos los demás, salgo de dudas.
Se lo voy a comentar...
-Marta, ¿qué te parecería si les digo de quedar a él y a su hermano? Suena un poco a encerrona pero... bueno si que lo es...
-Pero, su hermano... Y sí no me gusta, ¿cómo salgo de allí?
-Pues si ves que no te gusta nada de nada, dile que... estás pillada por uno. Que más da mentirle.
Si... claro... mentirle.
-Bueno, pues... dime donde y cuando.
-Pues para eso ya te llamo yo, porque tengo que hablarlo con Raul.
Yo te llamo cuando las cosas estén en su punto, ¿va?- dijo ella mientras cogía el bolso de encima de la mesa y se levantaba.- Me voy al gimnasio, que empiezo a las 18:30.
-Anda tira, ponte fuerte.- le respondí yo con una cara simpática.

Se acercó a la barra, y pagó su café y el mío. Pero que tonta podía llegar a ser.
Y allí me quedé yo, sola....bueno, con mi perro, la pareja de abuelos de atrás, los tres chicos de al lado, la mujer de delante, los de la mesa 2, los de la 3 y la 4, las camareras por el bar...
Pero si, se suponía que me había quedado sola.

Mi vaso con hielos se convertía en un vaso sin ellos... y en las paredes de este, se veían las gotitas que se forman en los contrastes de temperatura.
El resto del tiempo que me quedé allí, lo pasé pensando en que haría al salir.

Podría acercarme al parque de la vuelta de la esquina, si con los pocos que hay en este pueblucho de mala muerte...
O también podría ir a la ciudad a mirar algo de ropa. O no... Pol.
Sí es que para qué me lo traigo...
Pues nada, me iré al parque de aquí, a ver como mi querido bebé se lo pasa mejor que yo.

Y de un trago me tomé el resto de bombón que quedaba.
Me levante, dándole un suave tirón a la correa, cogí mi bolso, me lo puse por el hombro mientras salia por la puerta.
Volví a mirar al cielo, y aquel ya no estaba como antes... unas nubes negras como el carbón se adentraban por enfrente. Seguía reluciendo el sol, pero no por mucho tiempo.
Pol me dio un tirón de tres pares de narices, y me arrastró hasta una farola de color negro, y si, para mear.
Pobrecillo, seguro que no se podía contener más...

Seguí andando, y mientras miraba al suelo, veía pasar una, otra, otra, otra y otra losa más. Esta vez cambiaban de color...
Granate, granate, blanco, azul, blanco, granate...
Oh Dios, voy a dejar de mirarlo, esto empieza ser aburrido y emparanoiante.
Alcé la vista cuando ya estabamos pasando por el arco negro que me indicaba el inicio del parque, o el fin, depende de como lo mirara.

El cesped estaba recién cortado, lo podía saber por su fuerte olor, que para mi gusto, era desagradable.
Me agaché hasta Pol, y le liberé de las poderosas garras de la correa que tanto odiaba.
Salió corriendo, sin dudarlo un segundo.
No me preocupaba el hecho de que estuviera suelto, ya que el recinto no era muy amplio, y estaba diseñado para los perros.
Me acerqué a un puesto que se encontraba a la izquierda.
Tenía un toldo oscuro, y un señor con gafas me atendió.
-¿Qué desea?
Cogí una revista que normalmente compraba sólo los domingos con el periódico, y la deposité encima de aquel estrecho mostrador para coger el monedero.
-Es 1,60€, gracias.
Le entregué el dinero, y con mi presa ya en las manos, me senté en un banco de madera que se encontraba a mitad del camino de tierra artificial.
Y allí me encontraba yo, bajo un árbol por el cual los escasos rayos del sol que quedaba, se filtraban hasta dar sombras irregulares en las páginas de mi revista.
Me puse a leer un artículo de uno de mis escritores favoritos, y me sumí tanto en la historia, que se me olvidó el resto del mundo.
Cuando terminé de leer aquel texto de dos páginas y media, ya no quedaban sombras en la calle... El cielo estaba encapotado por una invasión de grises nubes que rugían con furia.
A mi derecha, al lado de mis zapatillas verdes, se encontraba mi gran bola de pelo blanco, que ya... no era tan blanco.
Se había pringado de asqueroso barro, y llevaba incorporado unas cuantas hojas secas.
Por un lado me cabree con él, pero por otro no, ya que tenía algo que hacer para el día siguiente.

Volví a atarlo a su ''amada'' correa, que por primera vez, parecía que le gustaba.
Metí la revista doblada en mi bolso, e hice el mismo gesto que en la cafetería.

Anduve hasta mi renault bien aparcado, entre una maceta y el coche delantero.
Arranqué y me fui.

Algo me hizo desacelerar de golpe, de 90 a 20.
Allí volvía a estar él, tan frío y solo como la última vez.
Estaba sentado en una cafetería sin nada en la mesa... todavía no le habrían atendido.
Miraba atentamente a una chica con el pelo largo y liso.Vestía con una camisa de puntos y los labios rojos. Él trajeaba elegantemente.

Estaba tan asumido en sus historias, que ni si quiera se movía.
Los celos me revolvieron el estómago, y me puse tan nerviosa que aceleré a pesar de ponerse en rojo.
Quería marchar de aquel asqueroso lugar.

Venga, Marta, venga... piensa en otra cosa...
¿Adónde iré hoy a comer?
¿Me acerco a algún restaurante, o compro la comida en el supermercado?
Buf... creo que voy a optar por la segunda idea, así hago la compra de la semana.

Pasé dos calles más, y llegué al único supermercado de mi pueblo.
Aparqué rápidamente en segunda fila, cogí a Pol y me marché.

Las puertas automáticas se abrieron con mi llegada, y una brisa de aire fresco me hizo sentir una modelo entrando a una tienda de ropa.
Que tontería, si nada más que iba a comprar las cosas necesarias para subsistir una semana, como una persona normal.
Menos mal que mi cara de satisfacción sólo la ha visto la cajera anciana de la izquierda.

Seguí, intentando pasar desapercibida para los pocos compradores que había. Me aproximé a los carritos y me apoderé de uno con tan sólo meter una moneda de 50.

Mientras llegaba al pasillo de las escobas, bolsas de basura, recogedores...saqué mi lista.
Recorrí todos aquellos pasillos en busca de mis pequeñas presas.

Manzanas, kiwis, peras, tomates, cebollas...espaguetis, macarrones, sopas...cereales, galletas, bollos, chocolate...coca-colas, cervezas, fantas, botellas de agua...etc,etc,etc.
Creo que lo tengo ya todo, voy a pagar.

Entonces, toda dispuesta yo, salí del super, con mi bola de pelo blanco, mi carrito y el mismo estilo que cuando había entrado.
Pero me dí de morros nada más mirar hacia delante.
Si, efectivamente, mi coche, ya no estaba allí.

Había un señor mayor sentado en un banco antes de que entrara a la tienda, y me puse a buscarlo con la mirada.
Uf, ahí está, sentado de la misma forma que la primera vez que le vi, pero en otro banco.
-Oiga, perdone, ¿ha visto usted un renault rojo por aquí?
-Puede que si, o puede que no.
-Em... ¿me lo podría decir claramente?- dije con el ceño fruncido.
-Tranquila, moza, tranquila, sólo se lo diré a ese perrito tan mono que llevas ahí.
Pero me está tomando el pelo o qué...
Y si, le acerqué el lindo perrito ya no tan blanco por la suciedad para que se lo dijera y yo enterarme.
-Querido, se lo a llevado la grúa hace cosa así de 15 minutos...
-¡Mierda!
-Señorita, modele su lenguaje, haga el favor.
Con las mismas, cogí mi carrito, dejé a Pol en el suelo, y me fui callejeando hasta llegar a mi casa.
Arrastrándolo calle arriba, calle abajo, a Pol, que ya cansado de andar se omitía a seguir, y a aquel cargante carro de más de 20 kilos...
Pero que locura... quien me vea como un perro flauta, tirando de estos dos trastos, casi sin rumbo a donde ir...cansada. Madre del amor hermoso, que pena más grande puedo llegar a dar.
Y con un cabreo de tres pares de narices conseguí llegar hasta mi amado hogar.

Una vez subidos esos tres pisos, entrado a mi casa, y sentado en mi sofá, pensé en darme una ducha.
Me levanté y fui directa al cuarto de baño.
Encendí la luz, ya que era muy escasa la luminosidad que venía del exterior.
Me fui desvistiendo, parte por parte, y encendiendo el agua caliente, a pesar de estar a mediados de Septiembre.
Una vez dentro, me puse a pensar en las escasas semanas que quedaban para volver a empezar la rutina de ir a la universidad...
Estudiar, examinarse, estudiar, realizar los trabajos, estudiar, examinarse otra vez...
Voy a echar de menos este verano tan sencillo...
Eché sobre mi cabeza champú, y lo extendí hasta que salió espuma.
Lo aclaré, cerrando fuertemente los ojos para que no entrara nada, y seguidamente apliqué la mascarilla, dejándola actuar 3 minutos escasos.
La volví a aclarar, igual que al gel, y salí empapada de allí.
La alfombrilla de mis pies me imitó, y quedó mojada.
Me aproximé a las toayas, y quedé envuelta en una de ellas.

Fui al lavabo, y con una crema desmaquillante, me quité todo el cuadro que llevaba en la cara.
Al acabar con ello, me miré en el espejo, y busqué aquellos tres arañazos que se escondían de Amanda.
Al parecer, también se habían escondido de mi.
Toqué delicadamente mi cara, y me aproximé más al espejo.
Pero...¿cómo han podido desaparecer en cuestión de horas?
Si hace nada estaban aquí...
En ese instante, interrumpiendo una vez más mis pensamientos, llamaron a la puerta de mi casa.








miércoles, 31 de agosto de 2011

Inicio.

Las agudas voces de aquellas pequeñas criaturas que los adultos llaman niños, invadían mi cabeza, al compás de la música y las risas ajenas.Me encontraba sentada en una de esas sillas blanquecinas, en las fiestas de mi pueblo.
El ambiente estaba removido, ni un alma rebosaba de tranquilidad, excepto la mía.
Mi vaso seguía medio lleno, pero no dejaba de bajar.
Las agujas del reloj avanzaban con vida propia.Se hacía un minuto, otro, y otro más... hasta llegar a la hora.
Seguía allí, igual de pausada que el primer momento.
Ellos no paraban de preguntarme que me ocurría, y yo repetía:
-Que estoy bien, chicos, simplemente me encuentro un tanto cansada.
Sí, efectivamente, estaba mintiendo.
Deseaba irme de aquel lugar plagado de luces de colores y cantos de bingo... y como lo deseaba tanto, cogí mi chaqueta que se encontraba detrás de mi asiento, y marché.
-Mañana te llamo, Marta.
''Vale, de acuerdo, si te apetece...tendré el móvil encendido''pensé. Pero nada más que respondí asistiendo con la cabeza. Ella ya sabía lo que había pensado, era mi mejor amiga: Amanda.


Mis pies avanzaban repentinamente sobre aquellas calles dirección a casa.
Dejaba atrás losas de color gris, mareantes cada vez que aceleraba el paso.
No esperaba encontrarme a nadie por el camino, y así debió de ser.
Pero, no fue.


Se cruzó, él se cruzó en el mismo paso de cebra que yo.
¿Qué quién es él?
No lo sé, creo que mi amor verdadero, o tendría que decir... platónico.
Que más da, la cuestión es que se cruzo.
No me miró, ni si quiera se percató de que la calle también estaba gobernada por mi.
Pero cómo podía llegar a estar tan sordo... si mi corazón le gritaba y no había forma de callarlo.
Mi ingenua persona intentó hacer que no me importaba su presencia, y seguí dirección a mi hogar.


Y una vez allí, podía asegurar, que no había dejado de pensar en él desde que le había visto esa noche.


Con el mando de la tele en la mano, me levanté hacía la nevera.Me di cuenta de camino a ella, que el suelo se encuentra frío, tanto como para recurrir a unos simples calcetines.
Y con esa idea me dispuse a acercarme a mi habitación.
Lentamente toqué el contorno del armario blanco hasta llegar al cajón el cual abrir y sacar esa pareja tan peculiar de distinto color.
Me senté en mi cama de matrimonio para uno, y la tendencia a acostarme en ella me invade...
Pero todavía no era hora de dormir...
O eso pensaba antes de cerrar los ojos.
Estaba realmente cansada pero necesitaba recordar como era su rostro.
Apretaba fuertemente los puños y me consumía en mi propio edredón.
Venga, venga, tengo que recordar cada lunar de su cara, cómo era su mirada hacía el asfalto, como tenía las manos puestas...
Pero, a todo esto...¿ a donde iría?
¿A su casa?¿A las fiestas?
Tendría que haberme quedado un ratito más allí.


Y entre tanto pensamiento, me invadió el sueño.
A media noche me desperté agobiada, enredada en las sábanas, con la respiración por las nubes, y el corazón por el universo.
De un pequeño salto, me levanté de la cama y deambulé hasta la cocina, para alcanzar una botella de agua.
Todo estaba oscuro, y me desplazaba con cuidado, tocando cada detalle de la casa.
No tenía del todo la idea de como era, ya que nada más que me encontraba en ella unas tres semanas escasas.
Cuidado, cuidado, cuidado...¡OUCH!
Aquella maldita mesa me la jugó una noche más.
Me dolía como diablos el pie, pero sabía que era mental, y no me concentré en ello.


La luz de la nevera alumbró un poco la sala, pero no me dejó ver más allá del salón.
Cogí la botella y bebí de ella.
No sabía que estaba tan sumamente sedienta.
Con las mismas, volví a la cama, con más seguridad que con la que había ido.
Una vez cobijada dentro de mi blanco edredón, volví a pensar en ello.
No conseguía recordar el por qué de esa situación de sobresalto...
Algo muy caótico tendría que haber soñado para verme así.
Tenía la obligación de buscar el motivo, pero me negué a ello, y esperé dormida la mañana siguiente.