Con mi pijama ya puesto, corrí a abrirle.
No sé... me esperaba alguien diferente, algo por lo que asombrarme...y de repente abro y me encuentro a:
-¡¡¡Marta, Marta, abre!!! Tengo que contarte una cosa fantástica.- gritaba Amanda antes de que le dejara entrar.
Alcancé las llaves que estaban colgadas en la pared, y la dejé adentrarse. Yo siempre cerraba la puerta, quizá por miedo o por una simple manía.
Veloz como el viento, saltó sobre mi sofá, y dando seguidos golpes con la mano derecha me decía que me sentara.
-Anda cuenta.- le respondí yo a aquel gesto mientras me recogía el pelo con una pinza.
-Sabes que esta mañana te he estado comentando cosas de Raul, ¿no?
Pues a dado la casualidad de que vamos juntos al mismo gimnasio, y me he pasado toda la mañana hablando con él.
A fin de cuentas, hemos decidido quedar los cuatro mañana por la mañana, para darnos una vuelta por la ciudad, comer allí, ¡acercarnos más tarde a la feria!-pregonaba con gestos Amanda.
Esta vez si le hice caso, ya que era un tema que me involucraba.
Y en ese momento, mi ágil mente me dio una alegría: Raul no podía ser mi amor platónico, ya que él se encontraba por mi pueblo a mediados de la mañana.
A mi también me acogió la euforia en sus largos brazos y grite:-¡Genial, genial, todo va sobre ruedas!- Claramente no me refería a lo mismo que su contexto... pero sirvió para que ella también se alegrara de mi repentina aceptación a dicha cita.
-A todo esto, ¿has comido?
-Que va, tía, acabo de llegar de hacer la compra porque me han quitado el coche los de la grúa municipal... y he tenido que venir desde el super hasta mi casa arrastrando ese maldito carro- dije señalando la esquina del salón donde se encontraba.
-Bueno, al menos tienes la comida, ¿no es así?
-Si pero...
-Bueno, pues mientras tú llamas a dicha grúa para recuperar tu coche, yo voy haciendo la comida...
¿Qué quieres?Espaguetis.¿Espaguetis?Ah, ¿si?Vale, pues manos a la obra.- se respondía ella sola y para qué hacerle yo la contra, sí iba a pasar de mi.
Me acerqué hasta aproximarme al teléfono, lo descolgué y me fui al sillón, a recoger de la estantería más cercana a él, las páginas amarillas.
Busqué el número, lo encontré, llamé, dí mi matrícula, mi información, discutí, seguimos discutiendo, pusimos fecha y hora, volvimos a discutir y colgamos.
Para ese entonces, Amanda ya estaba echando la salsa de tomate por encima de nuestra comida.
Cuando me acerqué a la cocina, le pregunté:-¿por qué has hecho una tercera ración de espaguetis?
-Em... porque he llamado antes a Carlos para que se viniera...
Cuando estaba apunto de echarle la bronca, me interrumpieron, como ya de costumbre era, llamando a la puerta.
Y dio la maldita casualidad, que aquel visitante que venía a las 14:35, era el mismísimo Carlos.
Que sí, que eramos un grupo de tres mejores amigos, que la cagué...¡pero él la cagó más!
¿Y por qué tiene que invitarle a mi casa, para comer de mi comida sin mi permiso?
Pero que rabia más grande... ahora cómo actúo...
¿Me hago la dura o simplemente olvido esa pelea de la semana pasada?
-¡Pero quieres abrirle,Marta!- me gritó Amanda desde la cocina.
-Voy... voy.- respondí yo con mala ostia.
Mientras giraba el pomo de la puerta, Pol inició su rito de ladridos agobiantes que me destrozaba los oidos.
-Anda, Carlos...¿cómo tú por aquí?
-No hagas como si no lo supieras... Amanda me a obligado a venir porque sino lo decía a mi madre lo de los porros.
Pues ya podría habérselo dicho y nos hubiéramos librado de ti...
Pensé en decirle mi razonamiento, pero me lo guardé.
Le invité irónicamente a sentarse.
-Y yo me pregunto constantemente- decía Amanda mientras venia con dos platos de espaguetis y volvía a la cocina a por unas cervezas de lata- ¿por qué sois tan tontos de enfadaros por cosass así? Me parece una bestialidad que por una tontería de esa magnitud os estéis una semana sin hablaros.
-Pero es que a mi no me parece bien que se ponga a fumar porros... ya sabéis lo que pienso de eso.- salté yo a la defensiva, con voz acusante y enfadada.
-Pero es que yo puedo hacerlo que me de la gana, ya soy mayor de edad y...
-¡No te das cuenta del daño que puedes provocarle a tu familia!¡Y a ti mismo!
-¡Marta, pero es que no es que lo fume todos los días, sólo los fines de semana!
-¡¡Me sigue pareciendo ilógico!!Tú decías con 15 años que nunca fumarias...nos lo prometiste a Amanda y a mi.
-Son momentos distintos, personas distintas, hemos crecido Marta...
Aparte, es mi vida.
-¡¡¡Pero es que en tu vida también estamos nosotras!!!-dije descarrandome la garganta.
-¡¡¡Basta de tanto griterio!!! Aquí, o se hablan las cosas bien, o no se hablan- nos interrumpió poniendo orden Amada.
Los dos nos achantábamos.Sabíamos que tenia razón y tuvimos que hacerle caso.
-Bueno pues... a menos que te dejes las tonterías de niño adolescente mal criado, no pienso dirigirte la palabra.- y seguí comiendo mi plato.
Así avanzó la mañana, entre incómodas miradas delatantes y suspiros desesperantes de Amanda.
La verdad es que parecemos auténticos niños pequeños... pero es que yo me preocupo por él... no quiero que se meta en las drogas, aunque...simplemente sea una tontería que hace todo el mundo...
No sé, sigo oponiendome a esa idea de fumarlos.
Cogí mi lata, y metí a un trago.
Cuando la dejé, le miré con cara de ''no me jodas más, por favor'', y él inició otra vez una conversación.
-Bueno, a todo esto... olvidandonos de nuestras diferencias mentales, ¿qué tal él día?
-Genial.
-Fatal.
Respondimos seguidamente Amanda y yo.
-Pues yo he quedado con el chico del que te hablé antes de ayer en las fiestas, ese que te presenté, y que era alto... vamos a comer mañana a la ciudad, iremos a la feria y tal.
Marta también se viene, con su hermano.
-¡Pues genial! ¿No, Marta?
-Si bueno...-respondí yo con una cara torcida.
-¿Y qué te pasa a ti?
-Pues... que esta mañana, cuando he ido a por mi coche, ya no estaba.
-¿Cómo?¿Te lo han robado?
-Si, los de la grúa municipal... ya los he llamado y tal, pero me tendréis que acercar vosotros a recogerlo.
Carlos asintió con la cabeza mientras comía, y Amanda seguía asumida en la pantalla del televisor.
La tarde desapareció entre película y película, con palomitas de complemento y unas coca-colas...con ron.
Y entre risas acogimos a la noche.
Pol estaba alegre porque le encantaba estar con Carlos, él le mimaba y le achuchaba siempre que podía.
Nosotras dos, de mientras, decíamos estupideces y bailábamos con la música del cd.
Ya habíamos perdido la esencia del tiempo, y del juicio.
En ese momento, Amanda apagó la música y se fue corriendo, mientras decía cuando salia por la puerta:
-Tengo que irme, ¡había quedado a las 22!
Sin más que decir, cogió la puerta y se fue.
Y allí nos quedamos Carlos y yo, borrachos como cubas, en el silencio que se había formado al apagar la música.
El se levantó del sofá, dejando a Pol en una lado, y encendió de nuevo el radiocaset.
Yo salí corriendo a mi habitación por un espasmo repentino que me dio.
Sin lógica alguna, ya que el alcohol me la había robado, pensaba:
¡Calcetines, calcetines!Necesito unos calcetines...no puedo tener los pies por la noche al descubierto.
Abría todos los cajones como si el diablo estuviera dentro de mi.
Histérica perdida, revolvía la ropa que había en ellos.
En ese entonces, y tranquilizándome, apareció Carlos.
Se apoyó en el quicio de la puerta, y me preguntó:
-¿Qué te pasa, Marta?
-Yo... es que... necesito unos calcetines...
Se acercó a mi cómoda blanca, y sacó de ella unos calcetines de color azul.
Se sentó a mi lado, muy cerca.Me acarició la cara con sus sedosas manos.
Lentamente me dio un beso en la mejilla, y fue subiendo hasta la comisura de mis labios.
En ese momento, me perdí.
Nada más que me despertó la luz que se había filtrado desde la ventana, e intentando recordar la noche anterior, miré a mi alrededor, esperando encontrarme a Carlos.
Sólo vi mis calcetines azules puestos en mis pies.Moví los dedos de estos.
Me incorporé, y asomándome desde mi habitación, pude ver unas piernas en mi sofá.
Sigilosamente me aproximé hasta ellas.
Me dolía fuertemente la cabeza, y tenía una sed angustiosa... y eso, me quitaba puntos para poder concentrarme.
Tragué saliva costosamente antes de mirar su rostro.
Cuando me asomé, vi que efectivamente, era Carlos, pero no estaba solo.
También estaba Amanda.
Cerré fuerte los ojos, intentando recordar el momento en el que ella salió pro la puerta, pero se veía tan distorsionado, que no sabia si claramente era ella.
Me pregunté si de verdad había pasado algo con mi mejor amigo... esa idea me estremecía y me daban escalofríos.
Pero...¿cómo podía saber la verdad?
Dejé de hacerme preguntas, aunque la cabeza me gritaba y me pidiera el saber.
Fui a la cocina, abrí la nevera, y cogí una de esas botellas de agua que ya había comprado el día anterior, y que se mantenía bastante fría.La acompañé de un ibuprofeno para contrarrestar el dolor de cabeza.
También me apoderé de la leche, y al darme la vuelta, estaba él, cogiendo el café de la estantería.
No dudé en preguntarselo.
-Carlos, ayer... ¿pasó algo?
Arcó una ceja, cogió oxígeno para responderme, y en ese momento, apareció Amanda diciendo:
-¿Dónde está mi precioso café con galletas?
Tenía una amplia sonrisa dibujada en aquella cara con sueño, y por no robársela, le seguí el juego.
Maniobramos en aquella estrecha cocina para preparar nuestro desayuno los tres.
Una vez listo, lo llevamos en bandejas hasta la mesita del salón, donde comimos el día anterior.
Ella inició una conversación nueva, o no tan nueva.
-Recuerda que hoy hemos quedado con Raul y su hermano... tenemos que salir de aquí a las 12.
-Son las 10:45... si tenemos que ducharnos, hagámoslo ya.
-Terminamos de desayunar, y vamos.
De mientras, Carlos hacía zaping por aquellos canales mañaneros.
Mi galleta oscurecía al meterla en el café con leche, del cual salía un leve humo.
Tenía bastante hambre, ya que la noche anterior sólo cenamos esas palomitas.
Suponía que ellos también, así que me levanté a por otro paquete más.
Y desde la cocina, oí sus cuchicheos... pero no me comió la curiosidad, o eso pensaba antes de acercarme al filo de la cocina.
-Pero...¿tú sabes por qué está así?
-No tengo ni idea... a lo mejor deberíamos comentárselo.-musitó Carlos.
-Decirme el qué.
-Pues...-dijo Amanda- que... anoche llamó tu padre diciendo que tu madre había enfermado.
Me paralicé y fui corriendo a por mi móvil.
Tenia 5 llamadas de ellos, y rápidamente marqué su número.
-Papá... papá, ¿qué a pasado?-dije alterada.
-Cariño, no te preocupes... tú madre a sufrido un constipado veraniego, y ya sabes, sus defensas no son tan jóvenes como eran antes.Pero ya está mejor, está en el hospital.
-¿Que...está en el...hospital?
-Si, pero está casi perfecta, se pasa el día hablando con las enfermeras y viendo la tele.
-Esta misma tarde voy a verla.
-No cariño, se pondrá nerviosa, ya sabes que a ella no le gusta que la veas en esas condiciones...
-Ya pero...
-Tranquila, yo me encargo de todo, confía en mi.
Suspiré, y me despedí de él.
Seguidamente los miré con mala cara, cogí mi disgusto, y marché a la ducha.
Más tarde razoné y me di cuenta de que ellos no tenían culpa alguna.
Claramente, les pedí perdón.
Mientras Amanda se duchaba y elegía ropa de mi armario para mi y para ella, decidí hablar con él.
-Carlos...-¿anoche nos liamos?-¿anoche sucedió algo más extraño de lo común?
-¿Pero de qué estás hablando? Ya me lo has preguntado esta mañana, y no.
Puse cara de lela, y fue sin querer. Él se rió de mi, y siguió con su programa.
Pero si no pasó nada...¿cómo he podido vivir todo eso?
Supongo que habrá sido la mezcla de alcohol y sueño.
No estoy acostumbrada a ello...
-¡Marta, ven!- gritó ella desde mi habitación.
Al llegar, me la encontré en la mano derecha con un vestido gris que tenía bolsillos y al lado de sus pies, unas mustang marrón clarito, y en la izquierda un mono de color negro.
-Oye que yo...
-Elige.
-No es que... yo ya tenía la ropa pensada-mentí.
Me acerqué al armario y saqué de él mis zapatillas verdes, unos pantalones cortos de color negro y una camiseta ancha de color gris.
-¿De verdad te vas a poner eso?
-Mmmmm... yo creo que si.
-Anda pues póntelo, yo me pondré el vestido.
Nos vestimos, peinamos, maquillamos... y de mientras, Carlos en el salón, casi sin vida por culpa del televisor.
Al cabo de media hora, ya estábamos fuera de mi casa, todos preparados para nuestras respectivas aventuras.
Tome de mi bolso las llaves de mi casa, y cerré con pestillo.
Me iba a pasar todo el día fuera, así que tenia que dejar aquel lugar bien cerrado, para que a mi pequeño Pol no le pasara nada.
Y nada más girarme, unos gritos desgarradores provenientes de la casa de enfrente captaron nuestra atención.
-Creo que deberíamos llamar...-declaró Carlos, mostrando así su poderosa y no tan verdadera valentía.
Nos miramos Amanda y yo, y me aproximé a la puerta.
No quise dudar, porque sino no lo haría... así que, alcé el brazo con el puño cerrado, y di tres toques en la puerta.
Nos quedamos pausados, mirando atentamente al frente.
Pasaron dos minutos que fueron eternos, y nos volvimos a mirar.
Sus caras me decían ''abre'', pero mi mente me mencionaba ''ni de coña''.
Si, efectivamente tuve que hacerles caso...por culpa de la mayoría.
Giré el pomo de aquella puerta blanca, y apliqué mi fuerza contra ella.
Mi primera imagen fue la de aquella mujer arrodillada en el suelo con una gran mancha en la moqueta.
Mi cuerpo se puso alerta, el corazón me palpitaba a gran velocidad hasta el punto de dejarme sin aliento.
Esto no duró casi nada, sólo hasta el punto en el que me percaté de que aquella mancha era tan sólo café.
Su mirada se incoó en mi como una bala de perdigones, y aquella pulsación ya disminuida del susto anterior, decidió pararse.
-Estás pisando mi limpio suelo....-articuló con sus labios arrugados-¡Fuera!
Rápidamente cerré de un portazo, y me giré para mirarles.
-Vamonos, por Dios...-dijo Amanda con cara de extrañada.
Los dos le hicimos caso.Atrapamos nuestro chocante momento y nos retiramos de el lugar del crimen.
Cuando íbamos por la planta baja, Carlos, para caldear el ambiente pregonó con voz misteriosa y con las manos juntas como sujetando un micro:
-El asesinato del café maldito...representada por la loca vecina de Marta.
Amanda le pegó un leve capón, yo simplemente le miré y me reí de su escaso fuste.
-Recordar que mañana tenemos que pasar a por mi coche.
-Si, si, tú tranquila que nosotros te llevamos, pero tu pagas la multa.-dijo Carlos entre sonrisas mientras nos abría la puerta hacía la calle.
Una vez fuera, Carlos tiró por la derecha y nosotras fuimos al coche de Amanda.
-¿Estás lista para pasar una tarde fantástica?- me cuestionó ella con entusiasmo.
-Si...bueno.-respondí yo indecisa.
Arrancó el coche, y sin saber por qué, eché una mirada a mi ventana.
Algo me decía que mi pequeño Pol estaría asomado detrás del cristal.
Me despedí de él con una sonrisa que no estaba muy segura si la vería.
Amanda sacó de su bolso un pintalabios rojo, y me lo ofreció para que me pintara.
Con ímpetu perfilaba cada detalle de mis labios, poco a poco, detalle a detalle.
En ese instante, frenó del golpe, y todo mi esfuerzo se desperdigó por la cara.
Le miré con cara de indignada y dijo:
-Ups, lo siento- mientras se reía por lo bajini.
Capturé un pañuelo de la guantera del coche, y perfeccione mi desastre.
Una vez rondando por la ciudad, nos dirigimos al restaurante Sopars Amb Estrelles.
La verdad es que tendría que haberme cogido el mono arreglado que me ofreció ella...
Aquel lugar era... demasiado pijo.
Manteles blancos, cortinas de punto, jarrón en cada mesa, velas, demasiada cubertería, esmóquines, música de piano, camareros de pajarita, brindis...yo con zapatillas.
Que desastre, a saber qué piensan de mi.
Yo perseguí a Amanda, que iba directa sin dudar a la mesa 4.
Allí se encontraba Raul, aquel chico alto, moreno, de tez blanquecina con ojos claros, y a su izquierda, sentado y trajeado, a su hermano, de nombre desconocido.
Era alto, un poco más que su hermano, moreno y con la piel oscura.
Parecía de esa clase de chicos que cuando van por la calle te percatas de su presencia.
Pero yo no era la clase de chicas que cuando van por la calle se fijan en cualquiera.
Se levantaron como caballeros de sus respectivas sillas, y se acercaron.
-Hola, yo soy Raul- me dijo mientras me daba dos besos- y este es mi hermano Sergio.
Se acercó a mi, y mirándome de arriba a abajo, decidió darme dos besos también.
Hizo lo mismo con Amanda.
Parece un poco prepotente...y antipático.
Subidito de tono también.
Egocéntrico... antisocial, desagradable...
Bueno, bueno, he de frenar... no le conozco.
Nos sentamos enfrente suya, cada uno de su respectiva pareja.
La velas quedaban en el centro, junto al pequeño jarrón de cristal con flores rojas.
Malditas citas a ciegas...
-Perdonen, ¿qué quieren beber?
Hablamos, hablamos y comimos.
Entre conversaciones, Sergio me miraba por el rabillo del ojo, intentando ser disimulado, con malos resultados, por supuesto.
-Bueno chicos, ya viene el postre...después de esto, ¿qué tenéis planeado hacer?- cuestionó Raul.
Yo aparté la mirada de su cara, para que la pregunta no fuera dirigida a mi.